Yerrómnipresente

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“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”
Augusto Monterroso
Te verás en el espejo, observarás el roce del tiempo en tu piel, meditarás el nuevo color de tu cabello, y te detendrás a contemplar los ojos grises de aquella persona que se mira en el espejo, que a su vez contempla los ojos de otro sujeto parado frente a él; entrará la imagen de un joven humeando poéticamente, interrumpida por un anciano retractado. Recordarás tus pupilas infantiles, con las que veías a tu madre guisar en esa cocina de tu infancia; imaginarás oníricamente verte caminar entre calles nocturnas, viendo pasar en el empedrado, piedra tras piedra, sin importar ninguna. Experimentarás un recuerdo de energía, la misma que te recorría del cerebro de joven, la esperanza perdida implorando movimiento. 

Veías atónito tus tenis de agujetas sueltas, todavía agitado por el violento despertar de ese habitual sueño de horror, rápidamente te dabas cuenta que era ficción, otra invención imaginada. Siempre insurrecto, descubrías que la autonomía no se podía manejar a corta edad; escondido entre dogmas agarrabas el habano, y ella estaba junto a ti en esa nube de amor. Y una vez más, ya era hora para ir con ella, caminabas cuadras agotadas, desgastadas de caminarse, llegabas a la estación, comprabas un boleto e inmediatamente pensabas que el presente fluía a pasado sin opción de refutar; metías el boleto al torniquete, pasabas, bajabas escaleras y caminabas despreocupado por el anden, ya en el último escalón era inevitable un suspiro tranquilo.
Ya en el andén, volteas a ambos lados con la ilusión de encontrarte a alguien que amenizara la marcha, ves algunas personas a lo lejos, pero nadie conocido. La inquietud que te caracteriza hace que camines hasta donde empieza de nuevo el túnel; mientras avanzas vas jugando con las líneas que están en el piso, te das cuenta de lo ridículo que te ves y dejas de hacerlo; pasas a una señora con un bebé en brazos que te ve con cara de odio, sigues caminando acercándote al borde del corredor, te asomas cautelosamente y piensas en ella otra vez, y en la urgencia de verla… verla otra vez; ya al final del andén decides recargarte en la pared, así que te acercas a ella, quitas tu mochila de la espalda, la colocas en el pecho, sientes el viento, escuchas el sonido de el tren entrando a la estación, sientes el viento del metro que lo empuja su sonido, te acercas a la orilla ¡tu pie se queda trabado para dar el paso pero tu cuerpo va hacia delante! agujetas haciendo nudos los pies, la pierna tensa e inmóvil, vas cayendo, tus pupilas buscan con horror cuál es la falla, tu adrenalina explota recorriendo tal vez por ultima vez tus venas, estás cayendo al precipicio que huele a muerte, la inercia te va ganando, la sangre acelera ¡gritas con todas tus fuerzas, gritas y gritas!, sientes ese vació enorme en la panza mientras ¡gritas! vas cayendo e inútilmente pones tus manos…




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